LA ALFOMBRA ROJA EN EL SALON DE PASOS PERDIDOS
La imagen me muestra entrando, casi en soledad, y esa soledad es parte de mi identidad profesional. No hay flashes ni cámaras alrededor, no hay séquitos que acompañen mis pasos. Solo el murmullo lejano de los pasillos y el silencio solemne de las columnas de mármol.
Es un momento breve, pero cargado de significado: el de un periodista independiente que se abre paso en el corazón del poder.
El rojo de la alfombra no es solo un color ceremonial; para mí es un recordatorio del esfuerzo que me trajo hasta aquí. Cada paso representa años de persistencia, de madrugones, de notas escritas a mano en los bancos de la plaza frente al Congreso.
Cruzar este salón es, de alguna manera, reafirmar mi pacto con el oficio: el compromiso de estar presente, de observar, de registrar. No para el lucimiento personal, sino para que quede constancia de lo que aquí se decide.
El logo en la esquina de la imagen, pequeño pero firme, parece sellar el momento. Es la firma de mi trabajo, la prueba de que este instante no se perderá.
El Salón de Pasos Perdidos nunca es el mismo dos veces. Cada vez que lo cruzo siento que me devuelve algo distinto: a veces un eco de mi propia voz, otras veces el silencio de quienes ya no están. Hoy me encuentro entrando por la alfombra roja, y el color parece decirme que cada paso ha tenido su precio.
Este lugar es más que un pasillo. Es un umbral. Aquí se detiene el tiempo: las columnas vigilan, las lámparas parecen medir la gravedad de cada movimiento. Avanzo despacio, no por protocolo, sino porque cada vez que piso este suelo siento el peso de la historia en la planta de los pies.
El nombre de este salón es casi una metáfora de mi vida: “Pasos Perdidos”. Cuántos de mis propios pasos, de madrugada o de noche, parecían no llevarme a ninguna parte. Cuántos días enteros pasé esperando una sesión que se levantaba sin quórum, una entrevista que nunca se concretaba, una palabra que no llegaba. Y, sin embargo, aquí estoy, avanzando una vez más. No fueron pasos perdidos: fueron pasos que me trajeron hasta este instante.
El grabador en mi mano se convierte en una especie de brújula. No estoy aquí sólo para mirar: estoy aquí para dejar testimonio, para atrapar en palabras el murmullo de este lugar, lo que se dice y lo que no.
La alfombra roja no es para mí, pero la recorro como si lo fuera. No porque me crea parte del poder, sino porque me sé parte de la memoria. Cada vez que atravieso este salón, el joven que llegó de Rivadavia, que durmió en la plaza y soñó con contar estas historias, me acompaña en silencio.
Cruzar el Salón de Pasos Perdidos es, en el fondo, cruzar un pedazo de mí mismo: entrar con lo que fui y salir con lo que soy.